Hogar dulce hogar

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Por Paulo Carreras

Y luego de haber guardado como pudo la última caja de ropa, caminando de lado para no tropezar con la endeble mesa de centro y haciendo malabares para ubicar la cama, reflexiona con molestia expresando su ira verbal: ¿y ahora dónde chucha meto los sillones? 

Mientras pone en ejercicio su maestría en rompecabezas para acomodar los muebles, ve caer desde una de las cajas un tríptico de descolorido papel couché atestado en imágenes de apoteósicos departamentos con piscinas cristalinas, jardines y vergeles edénicos, inquilinos rubios y acomodados que distan de la vieja con el carro de papas que grita a mitad de cuadra, la jauría de quiltros sarnosos que ladran al camión del gas y el tierral y futuro lodazal que observa desde su minúscula ventana.  Luego de una mirada panóptica a su nuevo barrio, recuerda el pacto con el diablo firmado en el único banco que le aceptó el crédito hipotecario solicitado, asumiendo las pesadas cadenas de treinta años de pagos de dividendos. 

El hombre vuelve su vista al papel y observa con risa nerviosa la letra chica, pequeña, minúscula del folleto inmobiliario que dice y parece mofarse de él: “Altos de Progreso: las imágenes son solo referenciales.”

 

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