Por Rita Eliot
Sacar desde las más profundas y únicas raíces todas esas sensaciones, palabras e imaginerías que me levantaban de las tinieblas de mis temores ayer, cuando era usted cuerpo y ser, hombre amante y amado mío. Hoy debo arrancar todo aquello, pues, ya no está prendido de mis cabellos, ya no se aferra con esa fuerza acaramelada a mis caderas, ya no se pierde enmudecido en mi pecho, ya no me azota con insolencia hacia sus muslos, ya no puedo engolosinarme de usted para saciar y calmar mis incendios, mis terremotos, mis huracanes… Ya no calientan sus aguas mis volcanes, ahora son otras las piernas que se abren ante su perversa mirada endiablada.
Debo arrancarle con fuerza, pero no violencia, así como, cuando tomaba de mi cuerpo, exprimía todas las gotas de fluir y entraba en mí hasta no dejarme salir ¡Cuántas horas, cuánto ajetreo, cuánto calor, cuánta distorsión! Usted estrenó, probó, masticó y zampó cada una de mis exquisiteces, llenó cada surco húmedo con sus caricias, con su saliva, con sus carnes. No existe instante en el que pueda quitarme sus sabores de mi lengua, todos sus calores sofocantes de la piel, ese sudor rudo que le plastificaba el cuerpo cuando se movía sobre mí como un poseído semental.
Necesito poder arrancar su silueta de mis sombras, esa que se plasmaba cada vez que usted a fumar se levantaba después de su insaciable acabar. Aparece todas las noches desnuda por la ventana para acostarse debajo de mis pieles y hacerme vibrar hasta el mismo desesperar. Perdóneme, pero, no podré evitar mirar más allá de las ropas, esas que esconden esas curvas suyas, esas de texturas endurecidas, ideales a mis medidas, cálidamente sabrosas…
Señor de erotismo infartante, así como, arrancó sus motores para huir de nuestros compromisos, arranque cada flor recogida que plantó en mis jardines, arranque todas sus taras sexuales de mis frustradas fantasías, arranque sus aguadas semillas diluidas de mis ocultos callejones, arranque sus gemidos cohibidos de mi oídos, arranque toda su acrobacia maldita de mi cama, arranque cada pálpito que grabó en mi pecho cuando me aplastaba con placer, arranque toda imagen reflejada en los espejos testigos fetichistas, arranque sus delirantes peticiones de clemencia cuando le dominaba, arranque con todas sus no fuerzas, desde el sentir hasta el último cabello que perdió en mis sábanas de tanto concebir.
Arrancar su olor, sus besos, sus lamidos, todo lo invisible que me llenaba desde el imaginar hasta lo tangible, parece imposible, me froto más que los recuerdos, me sacio el cuerpo con cada uno de nuestros momentos, tengo mis manos y mi mente atadas a usted en cada masturbar. Por ahora, en soledad no hay mayores pecados ni daños, más, no puedo asegurar que cuando mañana otro cuerpo penetre mi andar, yo pueda estar de mente, cuerpo y ser con él, sin desearle, sin extrañarle, sin añorarle, sin taparme las ganas de su nombre gritar, pues, quizás no quiero realmente a usted de mi ser arrancar.