Por Paulo Carreras
Y mientras aplano calles hacia un destino incierto, chancleteando las asiáticas alpargatas que mi polola quiere botarme hace unos cuantos meses, comienzo a recibir la oferta mercantil de productos alimenticios y de cualquier tipo, señal del pujante desarrollo de los jaguares de Latinoamérica. En lanzada carrera rechazo esquivando con los más educados pero vertiginosos dribling, el parche curita, la sopaipilla con mostaza, el churro con manjar, la bolsa de maní, el superocho, los guantes y cuellos de lana, el carnaval de ensaladas, la petición de moneda solidaria, la hamburguesa de soya, la empanada de queso, la rosca aceitosa, el plan del cable, el volanteo constante, el libro de cuneta, el sushi trasnochado, el hand roll pasado, la ensalada de frutas, las cocadas del metro.
Luego del festival de ofertas vertidas en mis oídos asalariados, llego a casa, dejo las alpargatas en el lugar habitual y al encender la televisión me encuentro a la figura de siempre. El de la corbata honorable y los títulos de Harvard. El exitoso empresario, que con voz patronal y empalagosa, vierte a los nocivos medios de comunicación la máxima: “Gozamos de una economía robusta”.